En Walden, Henry David Thoreau da la razón a Da Vinci, cuando se refiere a la pequeña cabaña junto al lago donde viviría durante dos años y dos meses: “Con este abrigo más sustancial sobre mí, había aclarado algo mi situación en el mundo”.
Por alguna razón que nos devuelve a nuestro propio origen como especie, el ser humano siempre ha buscado el abrigo, aunque fuera precario, temporal u ocupado sólo esporádicamente, para plasmar su voz interior.
Abundan los escritores, compositores musicales, filósofos, inventores o artesanos que forjaron su obra en diminutas cabañas y refugios, no tan diferentes que los chozos móviles de pastor usados en la Meseta Central española durante siglos.
Bernard Shaw em sua cabana |
Los pequeños refugios son en ocasiones la mera habitación de una casa u apartamento. A menudo, no obstante, se trata de pequeñas cabañas de madera instaladas en el patio trasero, bosque o jardín, como reducidos espacios de juego que devuelven a sus moradores a la concentración y el flujo de ideas que recordamos de nuestra infancia.
Es, al fin y al cabo, durante la infancia cuando buena parte del juego al aire libre consiste en construir un pequeño abrigo. Una casa, fuerte, castillo, cabaña. Un lugar donde refugiarse.
La frase de Leonardo da Vinci constata que el lugar donde se escribe un libro, se bosqueja una teoría filosófica o se compone una melodía influye sobre el resultado creativo; como lo hacen el estado anímico, la salud, la experiencia personal, la urgencia económica, etc.
Si los espacios para crear dijeran tanto del autor como su propia obra, la pequeñez y sencillez de habitaciones y casas de retiro forjan un denominador común entre la esencia del momento de crear. Estudiando estos lugares de estudio, a menudo reducidos, simples y apartados, el creador busca el retiro infantil para que la mente esté acomodada, asentada. Un nuevo útero materno donde recogerse durante las horas de trabajo.
El poeta irlandés William Butler Yeats describía esta necesidad en La Isla del Lago: Innisfree (leer la versión original en inglés, The Lake Isle of Innisfree). La búsqueda del sonido interior primigenio, reflejado en la naturaleza (exterior universal, conexión con el panteísmo y estoicismo):
Me levantaré y partiré ahora, partiré hacia Innisfree,
Y construiré allí una pequeña cabaña, hecha de arcilla y zarzas:
Nueve surcos de judías tendré allí, y una colmena,
Y viviré solitario, entre el zumbar de las abejas.
Y encontraré allí paz, paz que gotea lentamente,
Desde los velos de la aurora hacia donde el grillo canta;
Allí la medianoche es toda un tenue brillo, y el mediodía es de un fulgor púrpura,
Y el atardecer se llena de las alas del tordo.
Me levantaré y partiré ahora; pues siempre, de noche y de día,
Escucho el apagado rumor del agua en la ribera,
Y mientras permanezco sobre la vereda, o sobre la gris acera,
Lo escucho en lo mas hondo de mi corazón.
Si, como decía Da Vinci, un espacio reducido sitúa la mente en el camino correcto, a mayor simplicidad y recogimiento, mayor capacidad para resolver tareas conceptuales o artesanales, no importa la disciplina.
Las cabañas o chozos para escribir o los “retiros de patio trasero” (del inglés “backyard shed”) comparten una intimidad esencial, simple y áspera, como si todas persiguieran sin siquiera planteárselo los preceptos de la vida sencilla, descritos con el término estético japonés wabi-sabi (objetos o ambientes con simpleza rústica).
El espacio íntimo de trabajo retorna con fuerza en la era de Internet y las comunicaciones ubicuas, cuando muchos profesionales desarrollan parte o todo su trabajo en casa o donde estiman oportuno.
Pero la ventaja de tecnologías como Internet forma parte, a la vez, del aumento de uno de los riesgos del proceso creativo: la sobrecarga informativa y sus efectos, se trate de la posposición (dejarlo para luego) o del síndrome de la hoja en blanco.
Otro denominador común de las cabañas para creadores es su emplazamiento, a menudo en la naturaleza, sea en un simple jardín doméstico o en un paisaje exuberante, a veces tan apartado de la civilización como los refugios de madera escandinavos, construidos con troncos de árbol y abiertos a cualquiera que requiera su uso, siempre y cuando sea respetuoso con el espacio y, tras usarlo, lo deje como lo había encontrado.
En *faircompanies, hemos tenido oportunidad de visitar algunos de estos espacios de creación: desde la reconstrucción de la cabaña que el escritor trascendentalista Henry David Thoreau erigió junto al lago Walden, a las apartadas afueras de Concord, Massachusetts (vídeo sobre nuestra visita); a la minicasa que el profesor y escritor Richard Heinberg ha construido, con ayuda de sus alumnos, en el patio trasero de su casa suburbana de Santa Rosa, California (vídeo sobre nuestra entrevista con Heinberg).
Cabana de Pollan |
El periodista, profesor y escritor Michael Pollan, autor de El dilema del omnívoro, publicó en 2008 A Place of My Own, donde detalla el proceso de diseño y construcción de su propia cabaña de trabajo en el patio trasero de su casa de Connecticut.
Como nos explicaba Richard Heinberg acerca de la pequeña cabaña construida con ayuda de sus alumnos, la de Michael Pollan tenía un mismo propósito, detalla el autor en A Place of My Own: crear con sus propias manos un lugar para leer, escribir y soñar.
En su búsqueda de la cabaña de trabajo se adecue a sus necesidades creativas, invoca a Vitrivio, Thoreau, los maestros chinos del feng shui o el arquitecto Frank Lloyd Wright.
“La habitación de uno mismo -escribe Pollan-: ¿hay alguien que no haya soñado alguna vez en ese lugar, que no haya invocado esas suaves palabras hasta que hubieran asumido una forma habitable?”. Pollan describe en su libro cómo cualquier creador es capaz, si se lo propone, de construir un pequeño retiro donde trabajar, sea en la soledad de un entorno salvaje, o en la terraza de casa.
Cuando el coruñés Eduardo Outeiro preparaba una muestra que retratara las cabañas de artistas y filósofos, concluyó durante la investigación que las cabañas compartían “una rusticidad que responde a una necesidad de buscar arraigo, de enraizarse ante la renovación tecnológica”.
Ello explicaría por qué muchos programadores de aplicaciones web, escritores, dibujantes de cómic, etc., buscan espacios aparentemente reducidos y humildes para trabajar. Y “por qué Bernard Shaw, que tenía un caserón, se construye una cabaña para escribir”.
La cabaña, según Eduardo Outeiro, armoniza el oficio de quien vive en ella, y sus usuarios tradicionales, pastores de trashumancia, cazadores, pescadores, buscadores de oro, “están ligados a estructuras muy profundas de pensamiento”.
Las cabañas de trabajo influyeron sobre las obras más conocidas de los personajes mencionados por Michael Pollan en A Place of My Own, además de sobre la propia obra de Pollan.
También sobre las del compositor Gustav Mahler, que poseyó hasta tres cabañas distintas, y Edvard Grieg; filósofos como Ludwig Wittgenstein y Martin Heidegger; así como el dramaturgo August Strindberg, escritores como Bernard Shaw y Virginia Woolf; el cineasta Derech Jarman, el explorador Lawrence de Arabia.
El reciente esfuerzo de Michael Pollan y Richard Heinberg para tener una pequeña cabaña donde divagar, leer o trabajar responde, pues, a un anhelo compartido por otras mentes creativas a lo largo de la historia.
Henry David Thoreau escribió la mayor parte de Walden, la vida en los bosques, mientras vivió dos años y dos meses en la cabaña que había construido junto a la laguna Walden, a 3 kilómetros (2 millas) de su casa en Concord.
“Cuando escribí las páginas que siguen, o más bien la mayoría de ellas, vivía solo en los bosques, a una milla de distancia de cualquier vecino, en una casa que yo mismo había construido, a orillas de la laguna de Walden en Concord (Massachusetts), y me ganaba la vida únicamente con el trabajo de mis manos. En ella viví dos años y dos meses. Ahora soy de nuevo un morador en la vida civilizada”.
En el prefacio de A Place of My Own, Michael Pollan presenta su libro con unas palabras similares: “Este no es un famoso o importante edificio, pero para mí ha significado el mundo: lo construí con mis propias torpes manos, y es aquí donde escribí el libro que ahora sostienes, además de un segundo (La botánica del deseo), y un tercio de un tercero (El dilema del omnívoro)”.
Compilamos a continuación la cabaña de trabajo de diez escritores. Incluimos en la lista, como escritor, al explorador Thomas Edward Lawrence, por razones objetivas de peso. Al fin y al cabo, Lawrence fue todo lo que se propuso.
En todos estos casos y muchos otros, mencionados y olvidados en este artículo, los pequeños refugios dieron sus frutos.
Preocupado por lo que creía que era una crisis moral, Thoreau abogó por la vida sencilla y la contemplación de la naturaleza como un camino para lograr la plenitud y la tranquilidad. Fue a los bosques porque quería “enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido (…)”.
“Quise vivir profundamente y extraer toda la médula de la vida, vivir en forma tan dura y espartana como para derrotar todo lo que no fuera vida, cortar una amplia ringlera al ras del suelo, llevar la vida a un rincón y reducirla a sus menores elementos…”. Para lo conseguir lo que llamó en Walden “extraer toda la médula de la vida”, Thoreau se retiró al bosque junto al lago Walden, un paraje natural a 3 kilómetros de su casa en Concord, Massachusetts.
Construyó con sus manos la pequeña cabaña donde viviría y trabajaría en esa época y, de la experiencia, surgiría Walden, la vida en los bosques. La cabaña de Thoreau, con unas dimensiones de 10 por 15 pies (13,94 metros cuadrados), era de madera con chimenea tradicional de piedra, tejado a dos aguas y dos ventanas. Contenía cama, mesa, escritorio y tres sillas.
Su obra reflejó la sencillez de una vida frugal, rodeada de naturaleza, influenciada por el panteísmo y la filosofía clásica.
El escritor irlandés George Bernard Shaw trabajó durante los últimos 20 años de su vida trabajando en una diminuta y espartana cabaña de madera instalada en el jardín de su casa de Saint Albans, Hertfordshire, Inglaterra.
Bernard Shaw instaló la choza sobre una plataforma rotatoria, de manera que pudiera orientarla hacia el sol y así aprovechar al máximo la tamizada luz natural del sur inglés.
El ganador del Nobel de literatura en 1925 y el Óscar en 1938 permanecía tanto tiempo en la cabaña que la equipó con electricidad, teléfono y sistema de alarma.
El novelista y autor de cuentos infantiles galés de ascendencia noruega Roald Dahl, escribió libros tan influyentes como Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, Matilda o Las brujas, en una pequeña casita de ladrillo, un “santuario sagrado” para el autor.
Quentin Blake acerca de la cabaña de Dahl en The Guardian: “todo el interior estaba organizado como lugar para la escritura, así que el viejo sillón de orejeras tenía el respaldo mullido para que fuera más confortable; tenía un saco de dormir que ponía en el regazo cuando tenía frío y un taburete para descansar las piernas”.
Dahl había incluso personalizado un pequeño escritorio con una barra que situaba sobre los brazos del sillón y un tubo de cartón que alteraba el ángulo de la superficie de escritura.
El escritor había convertido la cabaña en su jardín en el espacio de trabajo que nadie podía violentar, donde la mente podía incluso prepararse para recuperar la curiosidad de los primeros años de vida.
El poeta, escritor de cuentos y dramaturgo galés Dylan Thomas es reconocido como uno de los renovadores de la literatura inglesa en la primera mitad del siglo XX, fue conocido por su vida desordenada y poderosa voz, que contribuyó a que su obra poética se popularizada gracias a sus recitales en la BBC (a los 4 años, era capaz de recitar de memoria Ricardo II de Shakespeare).
Cuando, en 1949, Thomas se traslada a The Boat House, su nueva casa en la costa galesa, aprovechó un viejo garage como estudio. Allí escribió el resto de su obra, incluyendo la popular radionovela de la BBC, Under Milk Wood.
El viejo garaje reconvertido en casita de escritura tenía un pequeño escritorio contra una ventana, así como una modesta librería. Dibujos, pinturas y fotografías decoraban desordenadamente las paredes.
Entre ellas, reproducciones y recortes de revista de Lord Byron, Walt Whitman, Louis McNeice, W.H. Auden, William Blake, una pintura de Modigliani, desnudos de picaresca y listas de rimas, palabras y aliteraciones, como buen artesano de la lengua en su taller.
La cabaña del autor estadounidense, responsable junto a autores como Walt Whitman o Jack London en crear un imaginario colectivo genuinamente estadounidense, destacaba por sus reducidas dimensiones, aislamiento, privilegiada localización (sobre la ladera de una montaña, asomada a un valle) y su diseño, octogonal, que invitaba a adaptar el espacio de trabajo conforme avanzaba el día.
En una carta a su amigo William Dean Howells fechada en 1874, el autor de Huckleberry Finn describía su cabaña de escritura: “es el estudio más encantador que pudieras ver… octogonal con tejado de pico y cada una de sus caras cubierta por una generosa ventana… colgada en completo aislamiento en lo alto de una elevación que preside leguas de valle y ciudad y cordilleras en retirada de distantes colinas azules”.
“Es un nido acogedor y habitación suficiente para sofá, mesa, y tres o cuatro sillas. ¿Y cuando las tormentas barren el valle remoto y los rayos destellean entre las colinas y más allá, y la lluvia golpea el tejado sobre mi cabeza? Imagina su suntuosidad”.
La escritora británica, resaltó en su ensayo A Room of One’s Own (Una habitación para uno mismo) la importancia de tener un refugio propio para trabajar, incluso en entornos como el suyo, especialmente respetuosas con las demandas del oficio.
Escribía en una pequeña cabaña de madera pintada de blanco, a la sombra de los árboles de su jardín en Monk’s House, en Sussex Oriental (sur de Inglaterra), y situada junto al campo de una iglesia.
Ella llamaba a su espacio “el refugio de la escritura”. Por su enfermedad psicológica, conocida actualmente como trastorno bipolar, Virginia Woolf divagaba y se distraía fácilmente, mucho más de lo que ella misma toleraba.
Cuando su esposo Leonard paseaba por le huerto, o sonaban las campanas de la iglesia próxima, o sentía la presencia de su perro junto a ella, tendía a perder el hilo de la escritura. También en invierno, cuando el intenso frío le impedía sostener el lápiz.
En su cabaña, Virginia Woolf escribió varias de sus obras capitales, incluyendo Mrs Dalloway. También en el escritorio de su casita de trabajo, Woolf escribió una fría mañana de primavera una carta de despedida a su marido Leonard, antes de quitarse la vida en el cercado río Ouse.
El escritor británico de relatos cortos y novelas gráficas, entre otros géneros, escribe en un gazebo de madera con planta hexagonal y pequeño balcón, situada entre los árboles de su jardín.
Gaiman ha explicado sobre su choza de trabajo: “uso el gazebo por épocas. Lo uso, lo abandono por 5 años y luego lo redescubro con placer. Me gusta caminar hacia el fondo del jardín y sentarme a escribir”.
“Nunca pasa nada por allí. Puedo mirar por la ventana y algún animal me mira ocasionalmente, pero sobre todo se trata de árboles, y sólo captan el interés un instante, de manera que vuelvo a la escritura felizmente”.
Sobre el poder disruptor que puede tener Internet, una ventana hacia el picoteo informativo y la posposición, Gaiman aclara que la choza “está justo fuera del alcance de la conexión inalámbrica de la casa, lo que es una buena cosa”.
Inspirado por Henry David Thoreau y otros creadores que construyeron con sus propias manos su refugio para escribir, Michael Pollan erigió en el jardín de su casa en Nueva Inglaterra una cabaña de madera “para leer, escribir y soñar despierto”.
A partir de su experiencia concibiendo y construyendo la cabaña, similar a la que Thoreau había construido junto al lago Walden, Michael Pollan escribió A Place Of My Own: The Architecture of Daydreams. Su trabajo, desde entonces, ha sido escrito sobre todo en la pequeña cabaña.
“Pero el libro podría haber sido escrito sobre casi cualquier otro edificio porque, en esencia, es la narrativa del proceso universal de diseño y construcción -que es lo mismo que la vieja historia sobre cómo los sueños se convierten en escritura y luego se vuelven madera y piedra y vidrio, para tomar sitio a continuación en el mundo palpable”.
Michael Pollan explica en su libro que la admiración de muchos escritores hacia arquitectos y carpinteros procede de la habilidad de convertir su trabajo intelectual en realidad física.
“Para nosotros, términos como ‘arquitectura’ o ‘carpitería’ son poco más que pretenciosas metáforas que usamos para aderezar nuestras efímeras creaciones”.
El escritor, dramaturgo y pintor sueco August Strindberg concibió la mayor parte de su obra en una pequeña cabaña de madera en Kymmendö, pequeña isla del archipiélago de Estocolmo.
El lugar es recordado como la isla de Strindberg, ya que Kymmendö le sirvió de inspiración para la isla en la que se desarrolla Gentes de Hemsö (Hemsöborna).
Uno de los últimos aventureros románticos, T.E. Lawrence viajó constantemente hasta su muerte prematura. En los años 20, Lawrence de Arabia compró varias parcelas en Chingford, al norte de Londres.
Fue en su finca de Chingford donde construyó una choza de madera que usaría con frecuencia cuando volvía a Londres. Desde allí escribía, atendía a su numerosa correspondencia y leía.
En los años 30, la finca de Lawrence fue comprada por un organismo municipal, que trasladó la cabaña del explorador a Loughton, Essex, donde permanece olvidada.
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